Mirando a través de la ventana de la cocina veo como cae sin tregua la persistente y fría lluvia que ya huele a nieve, y con el ruido del agua y el viento se hacen más nítidos los recuerdos de pasadas y apasionantes esquiadas.
Toño, Mikel, Karlos, Aitortxu y yo hace unos años en una de nuestras frecuentes escapadas alpinas aprovechamos una mínima ventana de buen tiempo para bajar el Vallée Blanche.
Es una esquiada legendaria, en la que tras remontar en teleférico desde Chamonix hasta la L'Aiguille du Midi tienes un descenso salvaje de más de 16 kilómetros hasta darte de bruces con el tren cremallera de Montenvers, deslizándonos sin tregua por la interminable Mer de Glace mientras nuestros sentidos llegan al límite cuando las tablas una y otra vez giran rodeadas de míticas cumbres alpinas.
Con estos recuerdos frescos aún en la memoria, suspiramos manteniendo la ilusión por disfrutar de un próximo invierno que sea blanco y gélido.