Sigo conociendo escuelas de escalada al sur de la Cordillera Cantábrica.
El sábado Luque me llevó hasta Sena de Luna, en el hermoso, recóndito y repleto de rocas Valle de Luna.
Es un paraje con un halo solitario y bucólico aunque paradójicamente esté al lado de mi casa. Solo tengo que tomar la autopista a León y en la primera salida me desvío a la derecha. Ahí mismo.
Los valles del norte leonés que limitan con Asturies tienen, a mis ojos, una belleza serena y melancólica. Son lugares casi deshabitados, con aldeas que apenas tienen algo de vida en verano, el clima es extremo y las oportunidades para vivir muy pocas.
Pero la hermosura que irradian está fuera de toda duda, especialmente en el otoño, cuando sus alamedas se tiñen de amarillo y sus frondosos robledales de rojo y ocre.
Los días luminosos, calidos al mediodía y fríos en los extremos, el intenso olor a tomillo que impregna los campos, los cielos perfectamente límpidos,... todo ello conforma un escenario encantador.
¿Y la roca?... la roca es una caliza de gran calidad y variedad: placas de adherencia, de agujeros, fisuras, desplomes,...